Imagen del hombre prudente
Corrozet [1540: D3v/1551: C6v]
Secret est á louer [Il secreto é laudabile] (El secreto es loable)
"Así como el Limaco permanece en su concha con gran secreto, así se mantiene el hombre discreto, encerrado y oculto.
Eres verdaderamente afortunado, pequeño Caracol, encerrado en tu concha, donde nadie te puede matar, ni romper; si no sales de esta casa, vivirás allí en completo reposo. Te retraes cuando te ofenden, nunca sales, ni te muestras accesible, porque tu casa bien te sirve de defensa.
Así debiera ser el hombre prudente, tranquilo y firme en sus deliberaciones; huir del mal, cuando resulte obvio; probar fortuna, cuando aquéllo esté avanzado; destacarse, cuando lo peor haya pasado; mostrarse, en tiempo y ocasión; y ocultarse (cesa todo temor); así como tú haces, en tu concha y casa".
Con respecto del hombre prudente y discreto, solía decirse que llevaba una "vida de caracol" (cochleae vitam), y este apelativo utilizó Johannes Alesmius para describir el modo de vida, de absoluto recogimiento, que llevó el jurista francés Nicolas de Bohier (1469-1539) quien, centrado en sus libros y sus estudios, "eludía los estrépitos y los humos de la corte" (Bohier, Decisionum aurearum, Lugduni, 1551, "Nicolai Boerii Vita"). Pero esta idea no llegó a cuajar del todo. Años más tarde el médico y matemático alemán Michael Neander (1529-1581) escribía: "No obstante hay algunos hombres de naturaleza triste y recóndita, que llevan una vida como la del caracol, siempre escondido en su casa" (Sylloge Locutionum, 1589: 31v).
Lo cierto es que no cabría esperar menos, pues la idea de comparar al hombre con una sabandija que vive en el lodo y se alimenta con sus propias babas es cuando menos arriesgada, toda vez que el Levítico consideraba inmundos a todos los peces sin espinas ni escamas, "como el caracol, que vive siempre en sus ascos metido en la cáscara de su casa, allí descansa en sus mismas babas; hiérele el Sol, saca un poco el cuello, estiende los corneçuelos, en cuyas puntas tiene los ojos, mira el Sol, apruévale por bueno, luego se buelve a retirar, y a meterse en su cáscara, bolviendo a descansar en sus ascos, y babas. Assí ay muchos pecadores, que como caracoles viven en la cáscara de su contumacia, en los ascos, y babas de sus amancebamientos descansan; hiérelos el Sol de justicia por medio de sus Predicadores, ya con santas inspiraciones apruevan el Sol como el caracol, gustaron del sermón, pero no dexan la cáscara de su dureza" (Cristóbal de Avendaño, Sermones del Adviento, "In die Sanctae Luciae Virginis, et Martyris", III. 1627: 213v).
Eres verdaderamente afortunado, pequeño Caracol, encerrado en tu concha, donde nadie te puede matar, ni romper; si no sales de esta casa, vivirás allí en completo reposo. Te retraes cuando te ofenden, nunca sales, ni te muestras accesible, porque tu casa bien te sirve de defensa.
Así debiera ser el hombre prudente, tranquilo y firme en sus deliberaciones; huir del mal, cuando resulte obvio; probar fortuna, cuando aquéllo esté avanzado; destacarse, cuando lo peor haya pasado; mostrarse, en tiempo y ocasión; y ocultarse (cesa todo temor); así como tú haces, en tu concha y casa".
Con respecto del hombre prudente y discreto, solía decirse que llevaba una "vida de caracol" (cochleae vitam), y este apelativo utilizó Johannes Alesmius para describir el modo de vida, de absoluto recogimiento, que llevó el jurista francés Nicolas de Bohier (1469-1539) quien, centrado en sus libros y sus estudios, "eludía los estrépitos y los humos de la corte" (Bohier, Decisionum aurearum, Lugduni, 1551, "Nicolai Boerii Vita"). Pero esta idea no llegó a cuajar del todo. Años más tarde el médico y matemático alemán Michael Neander (1529-1581) escribía: "No obstante hay algunos hombres de naturaleza triste y recóndita, que llevan una vida como la del caracol, siempre escondido en su casa" (Sylloge Locutionum, 1589: 31v).
Lo cierto es que no cabría esperar menos, pues la idea de comparar al hombre con una sabandija que vive en el lodo y se alimenta con sus propias babas es cuando menos arriesgada, toda vez que el Levítico consideraba inmundos a todos los peces sin espinas ni escamas, "como el caracol, que vive siempre en sus ascos metido en la cáscara de su casa, allí descansa en sus mismas babas; hiérele el Sol, saca un poco el cuello, estiende los corneçuelos, en cuyas puntas tiene los ojos, mira el Sol, apruévale por bueno, luego se buelve a retirar, y a meterse en su cáscara, bolviendo a descansar en sus ascos, y babas. Assí ay muchos pecadores, que como caracoles viven en la cáscara de su contumacia, en los ascos, y babas de sus amancebamientos descansan; hiérelos el Sol de justicia por medio de sus Predicadores, ya con santas inspiraciones apruevan el Sol como el caracol, gustaron del sermón, pero no dexan la cáscara de su dureza" (Cristóbal de Avendaño, Sermones del Adviento, "In die Sanctae Luciae Virginis, et Martyris", III. 1627: 213v).